lunes, 28 de mayo de 2007

Juicio del levantamiento tarde:


Justo antes de abrir los ojos sentí a mi alrededor un silencio raro, cómo diré: un silencio confeccionado. Había voluntades en mi recinto que se afanaban en la producción de estos no ruidos y se notaba que eran muchas porque una sola voluntad nunca ha podido confeccionar tanto silencio fingido. Debe ser muy tarde, me dije, sin abrir los ojos, y aquí están mis jueces. ¿El crimen? Apoderarse de la noche (que no es de nadie o es de Dios), devorársela, usarla toda para sí, y dejar luego sin protección las minúsculas propiedades privadas del día, tan sagradas, estrictas, y que en estos tiempos de delincuencia y sobrepoblación suelta que acecha invasora deben ser vigiladas con maniático terror. Mi recurso, el único que mi módica capacidad estratégica urdió, fue el de no abrirlos, los ojos, que era lo que los jueces con su silencio reprobatorio esperaban para soltar el gran ruido que iba hundirme a golpes de pecho en el resonante escarnio total, no abrirlos hasta que se anunció la noche de Dios y los jueces corrieron a acurrucarse en sus camitas de huérfanos porque así es la Ley.

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