lunes, 28 de mayo de 2007

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Es difícil expresar la índole de este dolor, nada desgarrador ni tremendo, por el contrario, un dolor muy íntimo, muy delicado (como un pétalo des-besando a otro). Fue así: nos separamos habiendo sido uno mucho tiempo. Y es que a pesar de esa unidad necesitábamos estar en lugares diferentes al mismo tiempo o en tiempos diferentes en el mismo lugar e incluso en lugares y tiempos diferentes (en la misma diferencia). Claro que esta era una necesidad de nuestra unidad y al separarnos ya no existía necesidad de ella (de nuestra necesidad). Pero ambos, creo, recordamos el instante, y el que se fue, presumo, ahora es libre, pues yo acepté quedarme, asumir toda la cuota de esclavitud. Claro que otras veces pienso que se ha vuelto loco, pues sin ser esclavo de nada, ni un afecto, qué lo salva del vértigo absoluto, es decir, de la locura. Y es que nuestra separación tenía un fin, el de complementarnos. Como si la cuota de esclavitud que yo asumía (y que era toda, ya lo dije, no sé por qué me empeño en llamarla cuota) fuera a sustentar su libertad, y a la vez, su libertad fuera a hacer más llevadera mi existencia esclava. Pero es que es difícil saber si mi existencia es llevadera, yo me siento igual que antes, y tampoco puedo saber nada del que se fue. Siento otra vez esa necesidad de dividirme y otra vez estoy dispuesto a quedarme, a asumir la cuota total. Sí, lo haré, y tal vez demuestre que soy infinitamente divisible, sin variar en nada, pero un día, no sé cuando, me iré yo, y conoceré el destino de los tantos que se han ido, o al menos el mío, y no desconoceré entonces el del que se ha quedado.

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