lunes, 28 de mayo de 2007

Juicio del levantamiento tarde:


Justo antes de abrir los ojos sentí a mi alrededor un silencio raro, cómo diré: un silencio confeccionado. Había voluntades en mi recinto que se afanaban en la producción de estos no ruidos y se notaba que eran muchas porque una sola voluntad nunca ha podido confeccionar tanto silencio fingido. Debe ser muy tarde, me dije, sin abrir los ojos, y aquí están mis jueces. ¿El crimen? Apoderarse de la noche (que no es de nadie o es de Dios), devorársela, usarla toda para sí, y dejar luego sin protección las minúsculas propiedades privadas del día, tan sagradas, estrictas, y que en estos tiempos de delincuencia y sobrepoblación suelta que acecha invasora deben ser vigiladas con maniático terror. Mi recurso, el único que mi módica capacidad estratégica urdió, fue el de no abrirlos, los ojos, que era lo que los jueces con su silencio reprobatorio esperaban para soltar el gran ruido que iba hundirme a golpes de pecho en el resonante escarnio total, no abrirlos hasta que se anunció la noche de Dios y los jueces corrieron a acurrucarse en sus camitas de huérfanos porque así es la Ley.

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Es difícil expresar la índole de este dolor, nada desgarrador ni tremendo, por el contrario, un dolor muy íntimo, muy delicado (como un pétalo des-besando a otro). Fue así: nos separamos habiendo sido uno mucho tiempo. Y es que a pesar de esa unidad necesitábamos estar en lugares diferentes al mismo tiempo o en tiempos diferentes en el mismo lugar e incluso en lugares y tiempos diferentes (en la misma diferencia). Claro que esta era una necesidad de nuestra unidad y al separarnos ya no existía necesidad de ella (de nuestra necesidad). Pero ambos, creo, recordamos el instante, y el que se fue, presumo, ahora es libre, pues yo acepté quedarme, asumir toda la cuota de esclavitud. Claro que otras veces pienso que se ha vuelto loco, pues sin ser esclavo de nada, ni un afecto, qué lo salva del vértigo absoluto, es decir, de la locura. Y es que nuestra separación tenía un fin, el de complementarnos. Como si la cuota de esclavitud que yo asumía (y que era toda, ya lo dije, no sé por qué me empeño en llamarla cuota) fuera a sustentar su libertad, y a la vez, su libertad fuera a hacer más llevadera mi existencia esclava. Pero es que es difícil saber si mi existencia es llevadera, yo me siento igual que antes, y tampoco puedo saber nada del que se fue. Siento otra vez esa necesidad de dividirme y otra vez estoy dispuesto a quedarme, a asumir la cuota total. Sí, lo haré, y tal vez demuestre que soy infinitamente divisible, sin variar en nada, pero un día, no sé cuando, me iré yo, y conoceré el destino de los tantos que se han ido, o al menos el mío, y no desconoceré entonces el del que se ha quedado.

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Hace años leí un libro de Vila-Matas sobre los Bartlebys. El narrador era un jorobado. Dudosamente jorobado, yo diría. No me ha convencido de ser jorobado. Pero me pareció un libro maravilloso. La gloria de no escribir que preconiza libera de la culpa de no escribir. Se siente uno realizado por no haber escrito y ya alcanzada la gloria bien puede uno dedicarse a cualquier cosa. Me quedé pensando que esta cualquier cosa podía ser papier maché, lombricultura o incluso, por qué no, escribir.
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Me desperté con angustia terrible. Una voz me reprochaba con dureza: ¿cómo es posible que todavía no sepas qué es el imperativo categórico?

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Llevo una vida que algunos han tildado de excéntrica pero cuyo objetivo casi único consiste en dejar de fumar.
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domingo, 27 de mayo de 2007

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Durante años, esta señora no cejó, en sus prejuicios mecanicistas, hasta que un día, de repente, fue atravesada por la flecha del tiempo, que se perdió en el horizonte sin responsabilizarse de los daños, muy severos, por cierto, que había causado en un organismo por completo ajeno a su axiomática.

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Antes de que hubiera algo no había nada y esta nada de tan vacía explotó. Presumiblemente sufrió un proceso ¿atemporal? en el que hubo un aumento ¿inespacial? de vacío, un crecimiento de la nada en el no espacio-tiempo. Esto ocurrió: ya no cupo más no existir y empezó a trancurrir el momento cero. Una vez transcurrido este ningún momento aquella nada repleta de vacío explotó y comenzó a transcurrir el momento uno, este, el de la expansión.
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Un hombre echó a correr con toda su alma hasta alcanzar la velocidad de luz y superarla. Al principio, la luz le pisaba los talones, después la dejó atrás. Por fin muy cansado y hambriento se detuvo en ningún lado. Cuando la luz lo alcanzó apareció una arepera donde se comió una arepa acariciando a un perro dormido.

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viernes, 25 de mayo de 2007

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Cuando la sombra de una mosca se posó sobre el borde de la sombra de un vaso de agua, la esbelta sombra de una mujer la espantó con la sombra indignada de su mano.

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jueves, 24 de mayo de 2007

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La probabilidad más pura, la verdadera, crece en los sargazos (aunque muchas personas lo nieguen por falta de fe). Los sargazos son inmensas lechugas de hojas muy gruesas sin corazón. Se echan al mar en comunas despiadadas, lujuriosas, con tendencias voraces a la reproducción. Son encomiables en tanto que no les importa nada una mierda, y vagan con rumbo inexplicable acometidas por la desimportancia febril. Y es allí donde la probabilidad más pura, la verdadera, crece a sus anchas.

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lunes, 21 de mayo de 2007

Antirracismo


Cuando era niña me llevaban a veces a la casa de unas señoritas que me daban miedo y que eran mis primas. Por suerte esto sólo ocurría de vez en cuando. No sé por qué siempre me contaban chistes de judíos. Yo no lograba reírme, ni siquiera fingir una risita, y esto las irritaba. No se daban cuenta de que estaban tocando un punto débil y oscuro. Yo no tenía ni idea de lo que era un judío y no me atrevía a preguntar porque me invadían sospechas: tal vez yo era judía y esas risas burlonas me estaban dirigidas. Tuve que juntar fuerzas para preguntarle a mi mamá qué era un judío. Se mostró muy molesta con mi pregunta, afirmó varias veces que un judío era una persona, una persona como ella y yo, ni más ni menos. Cuando por fin se calmó quise confirmar la conclusión que había sacado: que nosotras éramos judías (esto hubiera explicado perfectamente la actitud terrorífica de las primas). Me asombró que no estuviera de acuerdo. Pregunté por el abuelo, tal vez él sí era judío. Pero tampoco el abuelo era judío. Así que volví al principio, volví a preguntar: ¿qué es un judío? Ya te dijé, respondió, con tono de haber perdido la paciencia, y me dejó sola.
Una idea de mí


Se puede decir que no hago nada o que hago esas cosas intrascendentes propias de la gente que no hace nada. Hace un año exactamente me fui a Margarita convencida de que la solución de todo era el mar, pero al bajarme del ferry sufrí una espantosa convulsión cerebral. Desde entonces vivir me da mucho miedo o más bien vértigo. La convulsión me afectó la memoria, tengo un recuerdo absurdo del color azul, de haber vivido un color azul puro, sin contexto, que no era propiedad de nada. Esta vivencia me desconectó de mi vida anterior, interrumpió la secuencia lógica o aparentemente lógica de acontecimientos recordados. No he encontrado hasta ahora la solución. Traté, mucho tiempo, de atribuir este color a algo: el carro en el que me llevaron a la clínica, la camisa del hombre que me levantó, pero los testigos no se pusieron de acuerdo, en realidad no sabían, y se cansaron de tratar de recordar qué cosa azul había, aparte del cielo, en aquella situación de emergencia (porque no era el cielo, era un azul intenso, oscuro, eléctrico, no sé cómo se llama ese azul). En los meses que siguieron leí unos cuantos libros con mucha pasión, curiosidad, un tipo de curiosidad que me hacía leer y releer los párrafos con detenimiento, volver atrás, apartar los ojos del libro y pensar lo leído. Particularmente me impresionó Un camino en el mundo de Naipaul, pero, en general, cualquier cosa que leía me fascinaba. El mundo exterior, en cambio, las actividades cotidianas, ir en carro, compras, la playa, borrachos gritando, me producía ansiedad, mareo, pérdida del equilibrio. Ahora, conservo la sensación de vértigo y de desorden pero por desgracia he perdido esa maravillosa paciencia para leer, leo como antes, muy rápido, salgo poco de casa, no me reconozco en lo que he hecho o escrito, no escribo (aunque acabo de hacer una excepción).

sábado, 19 de mayo de 2007

Cantaleta pegadiza de una canción para niños de María Elena Walsh (El mundo del Revés) que oí mucho a lo largo y ancho de mi infancia. Ya ves: ahí estaba también el origen pasional, vocacional de mi reversismo) y no sólo en mi abuela materna surrealista y musical, pues los orígenes no son necesariamente únicos y excluyentes, son puntas de hilos viajeros a los que no les hace falta un hecho fundador. Los discos de Walsh se perdieron, aunque dejando su impronta, y nunca más, hasta hace seis días, volví a escucharlos (gracias a Malú, que los bajó de la mula virtual). La canciones me gustaron casi igual que antes (por un lado menos, por otro más). Desde entonces no ha cesado el sonsonete que va cambiando de plano auditivo; desde sonido de fondo (¡de fondo lejano, rumoroso!), hasta aturdimiento de volúmenes insistentes y malos modales. En medio, multitud de gradaciones. Si al menos me acordara de la letra…. Pero soy incapaz de cantar letras, las olvido. Qué hacer entonces ¿nada? No, mejor algo. Algo como aprovechar la tonada para practicar la escritura automática, e inventar constantemente letras, no importa si horripilantes, porque siempre tendré el beneficio de estar ejercitando el hemisferio derecho, donde aún vive la magia y donde los patrones rítmicos conviven en secreto con los verbales.
No sé si me explico. Supongo que no, es un misterio.

viernes, 18 de mayo de 2007

Lectores:

No podría estar más decepcionado. La escritora (supuestamente fiel) que estaba a mi servicio, ha sido internada en un manicomio. Se ve que fue demasiado para ella. Es una lástima. Estábamos a punto de lograr algo bueno, apenas faltaban unos cuantos años. Pero se sentía exhausta, con los nervios de punta y hasta se arrojó por la ventana. Fue un acto ridículo, la ventana se hallaba a un metro del suelo. Aún así se rompió la cabeza. Es obvio que quería librarse de mí. No hacía más que decirme: “estoy harta, completamente harta de repetir la misma cosa”. Pero es así, ejercitándose, como se consigue la gloria. En fin, un carácter débil. Me buscaré otro asistente. Por lo que sé el mundo está lleno de escritores vacantes. Claro que tendré más cuidado, debe ser alguien fuerte, dispuesto a dejarse explotar hasta lo último, sin caer en melindres psicóticos. Les pareceré cruel, pero a mí no me atañen culpas y esas cosas, soy un estilo literario, y, como es lógico, busco realizarme.
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jueves, 17 de mayo de 2007

Diálogo



—Yo era una niña, recuerdo, que atravesaba por un período. Tendría unos seis años.
—No me diga.
—Sí, así era.
—¿Y quién, se puede saber, a la edad que sea, no atraviesa por un período?
—No se apresure. “Atravesar por un período”, era la explicación que mi mamá daba cuando en mi conducta aparecía algún viso extravagante.
—Ya veo
—Es usted desganada, literal, despectiva.
—Esta relación lo requiere, usted no es una visita, no es un marido, no es un perro... y así.
—¿Y así qué?
—Sucesivamente.
—Me niega usted tres identidades específicas, bien formuladas, toda una hazaña, yo diría, para alguien con tan poca voluntad, luego me entrega a un vago, inmenso no ser. Aunque en este caso creo comprenderla. Un cerebro como el suyo, gobernado por la ley del apatía, debe haber sentido vértigo ante esa lista que comenzó mecánicamente a emitir.
—Se equivoca. No era esa mi intención. Agotar listas es perder tiempo ( a veces todo). Se acostumbra dar una muestra, colocar a continuación un etcétera... Y no hay nada mecánico en estas emisiones.
—Engáñese, si quiere. Pero comenzar repentinamente a recitar lo que no soy sólo puede obedecer a un motivo: a la flojera de pensar qué soy.
—Yo no siento flojera, finjo sentirla. Y la verdad es que tengo miedo, y que no sé...
—¿Qué?
—Por más que pienso y pienso, no sé, no sé quién es usted.
—No diga esas cosas, me asusta.
—Pero ¡es verdad!
—¡No!
—¡Míreme! ¡Míreme a los ojos!
—¡Yo creí que usted sabía!
—¡No llore! ¿Por qué llora?
—¡Porque yo tampoco sé!
—¡No le creo!
—¡Es la verdad!
—¿Y yo? ¿Quién soy?
—No sé. Es la primera vez que la veo.
—¡Qué horror!
—¿Tampoco usted sabe quién es?
—Creo que voy a....
—¿Morirse?
—¡Sí!
—¡No me deje sola!
—¡Como si le importara!
—Sin usted yo no soy nada.
—Conmigo tampoco
(suena el timbre)
—¿Quién será?
—El plomero. Lo llamé esta mañana, una filtración.
—Ah, y mientras lo atiende:¿no habrá por ahí una cerveza, un vinito?
—No. ¿Voy a comprar?
—¿Va a abrirle o no al plomero?
—¡Ah! ¡Voy!

miércoles, 16 de mayo de 2007

Perorata fúnebre


Esta mujer, que durante su vida (pues ha muerto), fue una investigadora enfurruñada que puso en alto su ineptitud para alcanzar la verdad de la cosa, negó incluso a la cosa y no la llamó por ninguno de sus nombres, le permitiéndole ser incógnita muda, y que sin embargo investigó a fondo, destartalada e intermitentemente, pero con furor, sin disciplina, con desmaño, sin saber qué investigaba, ella que no descubrió nada, ni siquiera un manto de neblina, ni humaredas blancas arrebatadas por el viento, ni pequeñas huellas de insectos en la sólida lava grisácea.
Esta mujer, con su habitual indiferencia por las cosas humanas, no prestó atención a su muerte, a su propia muerte, ni pareció percatarse de ella. Murió sencillamente, sin alegatos fúnebres, sin teorías (a pesar de que su mente las producía a cada paso con la misma rapidez con la que la iba olvidando). Murió con naturalidad pasmosa (ah, como si estuviera habituada a morir) y nos dio así una lección de modestia, sangre fría, sobriedad, descuido, o como a ella le hubiera gustado que dijéramos: una lección de ignorancia.
Esta mujer no sentía, como algunos creen, demasiada inclinación por las clases del doctor Susuki y encontraba definitivamente intolerable la comparación entre la flor occidental y la flor oriental, cuya alevosía le parecía tan occidental como la manía occidental de hablar mal de lo occidental. Y para demostrarlo cometió un acto asombroso: arrancó una flor oriental. Pero aún así ¿quién sabe lo que realmente pensaba? Nadie, yo soy el primero en no saberlo, aunque al hablar de ella me empiezo a imaginar lo que pensaba, lo que no pensaba, en fin, me siento vigilado. Es como si pudiera verme a través de este vaso de cenizas que sostengo con ambas manos al borde del acantilado, donde me ordenó arrojarla, así que mejor acabo con esta perorata fúnebre, que ella con su humildad espantosa seguramente hubiera censurado.
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