jueves, 17 de mayo de 2007

Diálogo



—Yo era una niña, recuerdo, que atravesaba por un período. Tendría unos seis años.
—No me diga.
—Sí, así era.
—¿Y quién, se puede saber, a la edad que sea, no atraviesa por un período?
—No se apresure. “Atravesar por un período”, era la explicación que mi mamá daba cuando en mi conducta aparecía algún viso extravagante.
—Ya veo
—Es usted desganada, literal, despectiva.
—Esta relación lo requiere, usted no es una visita, no es un marido, no es un perro... y así.
—¿Y así qué?
—Sucesivamente.
—Me niega usted tres identidades específicas, bien formuladas, toda una hazaña, yo diría, para alguien con tan poca voluntad, luego me entrega a un vago, inmenso no ser. Aunque en este caso creo comprenderla. Un cerebro como el suyo, gobernado por la ley del apatía, debe haber sentido vértigo ante esa lista que comenzó mecánicamente a emitir.
—Se equivoca. No era esa mi intención. Agotar listas es perder tiempo ( a veces todo). Se acostumbra dar una muestra, colocar a continuación un etcétera... Y no hay nada mecánico en estas emisiones.
—Engáñese, si quiere. Pero comenzar repentinamente a recitar lo que no soy sólo puede obedecer a un motivo: a la flojera de pensar qué soy.
—Yo no siento flojera, finjo sentirla. Y la verdad es que tengo miedo, y que no sé...
—¿Qué?
—Por más que pienso y pienso, no sé, no sé quién es usted.
—No diga esas cosas, me asusta.
—Pero ¡es verdad!
—¡No!
—¡Míreme! ¡Míreme a los ojos!
—¡Yo creí que usted sabía!
—¡No llore! ¿Por qué llora?
—¡Porque yo tampoco sé!
—¡No le creo!
—¡Es la verdad!
—¿Y yo? ¿Quién soy?
—No sé. Es la primera vez que la veo.
—¡Qué horror!
—¿Tampoco usted sabe quién es?
—Creo que voy a....
—¿Morirse?
—¡Sí!
—¡No me deje sola!
—¡Como si le importara!
—Sin usted yo no soy nada.
—Conmigo tampoco
(suena el timbre)
—¿Quién será?
—El plomero. Lo llamé esta mañana, una filtración.
—Ah, y mientras lo atiende:¿no habrá por ahí una cerveza, un vinito?
—No. ¿Voy a comprar?
—¿Va a abrirle o no al plomero?
—¡Ah! ¡Voy!

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