sábado, 19 de mayo de 2007

Cantaleta pegadiza de una canción para niños de María Elena Walsh (El mundo del Revés) que oí mucho a lo largo y ancho de mi infancia. Ya ves: ahí estaba también el origen pasional, vocacional de mi reversismo) y no sólo en mi abuela materna surrealista y musical, pues los orígenes no son necesariamente únicos y excluyentes, son puntas de hilos viajeros a los que no les hace falta un hecho fundador. Los discos de Walsh se perdieron, aunque dejando su impronta, y nunca más, hasta hace seis días, volví a escucharlos (gracias a Malú, que los bajó de la mula virtual). La canciones me gustaron casi igual que antes (por un lado menos, por otro más). Desde entonces no ha cesado el sonsonete que va cambiando de plano auditivo; desde sonido de fondo (¡de fondo lejano, rumoroso!), hasta aturdimiento de volúmenes insistentes y malos modales. En medio, multitud de gradaciones. Si al menos me acordara de la letra…. Pero soy incapaz de cantar letras, las olvido. Qué hacer entonces ¿nada? No, mejor algo. Algo como aprovechar la tonada para practicar la escritura automática, e inventar constantemente letras, no importa si horripilantes, porque siempre tendré el beneficio de estar ejercitando el hemisferio derecho, donde aún vive la magia y donde los patrones rítmicos conviven en secreto con los verbales.
No sé si me explico. Supongo que no, es un misterio.