lunes, 21 de mayo de 2007

Antirracismo


Cuando era niña me llevaban a veces a la casa de unas señoritas que me daban miedo y que eran mis primas. Por suerte esto sólo ocurría de vez en cuando. No sé por qué siempre me contaban chistes de judíos. Yo no lograba reírme, ni siquiera fingir una risita, y esto las irritaba. No se daban cuenta de que estaban tocando un punto débil y oscuro. Yo no tenía ni idea de lo que era un judío y no me atrevía a preguntar porque me invadían sospechas: tal vez yo era judía y esas risas burlonas me estaban dirigidas. Tuve que juntar fuerzas para preguntarle a mi mamá qué era un judío. Se mostró muy molesta con mi pregunta, afirmó varias veces que un judío era una persona, una persona como ella y yo, ni más ni menos. Cuando por fin se calmó quise confirmar la conclusión que había sacado: que nosotras éramos judías (esto hubiera explicado perfectamente la actitud terrorífica de las primas). Me asombró que no estuviera de acuerdo. Pregunté por el abuelo, tal vez él sí era judío. Pero tampoco el abuelo era judío. Así que volví al principio, volví a preguntar: ¿qué es un judío? Ya te dijé, respondió, con tono de haber perdido la paciencia, y me dejó sola.

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